Ella siempre merodeaba la estación de autobuses de la ciudad. No tenía mucho más que una gran bolsa a cuadros con la cremallera algo descosida. Sin embargo siempre derrochaba una gran sonrisa para todas las personas que pasaban cerca, y se quedaban mirándola. Solía pasear mientras esperaba un autobús que nunca llegaba. Un día se sentó a mi lado, me sonrió mientras se recolocaba aquel pañuelo que cubría su pelo. Entonces empezó a hablar. Casi sin darme cuenta, la desconocida de al lado me había empezado a contar su historia.
Pocos días después, me la encontré en el mismo sitio, esperando ese autobús que no llegaba. Me alegró verla. Me saludó y se volvió a sentar a mi lado. Esta vez, fui yo quien empecé a contar pedacitos de mi vida, mientras ella me guiaba con sus preguntas. hablamos durante largo rato, hasta que la llegada de mi autobús nos volvió a interrumpir.
Así, tuvimos varios encuentros. Después pasaron meses y no volví a saber de ella. Cada vez que pasaba por allí, la recordaba. Hace pocos días, mientras estaba sentada esperando el autobús, alguien se me acercó. Apenas me dio tiempo a reconocer a la persona que tenía delante, cuando ya me había envuelto en un fuerte abrazo: "amiga, amiga", dijo. Me soltó y pude verla. Su cara estaba llena de rasguños, y tenía un ojo morado. Ya no lucía ningún pañuelo sobre su cabeza, y la gran bolsa a cuadros había sido sustiuida por una pequeña bolsa de plástico. Pero su sonrisa seguía allí. Se sentó a mi lado y empezó a hablarme mientras mantenía entre sus manos las mías. Pude notar como temblaba de frío, apenas llevaba una camisa. Le solté las manos y me quité la bufanda. Se la eché por el cuello, y ella me volvió a abrazar, mientras decía "amiga, gracias". La llegada de mi autobús interrumpió aquel momento. Ella se levantó, y me volvío a abrazar; "amiga, cuidate mucho", me dijo, mientras ví que, sin querer, se había emocionado...